XX Estrella de Javalambre 2009: ¡Todos al suelo!

No fue un atraco, solo la frase resumen que se nos ocurrió después de regresar de Manzanera (Teruel) el pasado 25 de enero. ¿Queréis marcha? ¡sííí!, ¿queréis diversión? ¡sííí!, ¿queréis caña? ¡sííí!, pues nada, como dice cierto refrán, tened cuidado con lo que deseéis, ¡no vaya a ser que lo consigáis!

No sé que pensaréis vosotros, imagino que habrá opiniones de todo tipo, pero algunos ya somos muy selectivos a la hora de elegir a qué fiesta vamos y a qué panda nos arrimamos. El año pasado no pudimos acudir a una de nuestras invernales favoritas, la “Estrella de Javalambre”, esa veterana y exquisita reunión donde respiras un ambiente muy distinto a los típicos “circos” o negocios moteros que montan, por ejemplo, en ese mismo mes de enero en otras latitudes de nuestra geografía. A Manzanera no acuden las televisiones, ni hay grandes carpas, ni macrodiscotecas, ni megafollones, ni notas quemando rueda… ni falta que hace. Imaginaos: una localidad perdida de Teruel, cerca de la pista de Javalambre, un pueblo que no tiene muchas comodidades (luego me explicaré), una reunión donde lo más “sofisticado” es el caldo que te ofrecen con cariño los amigos del MC Zona Estival. Encima, como marca de la casa, el domingo nos espera subir al pico de Javalambre para quitarnos la resaca y conseguir la medalla.

En los años 90 fuimos varias veces pero no volviamos desde el 2000, cuando se celebro en otro pueblo. A su fundador, Carlos Verduras, le conocimos cuando le hablamos de la Stella Alpina, la veterana reunión que se celebra el segundo domingo de julio en Bardonecchia, Italia. En una edición, a finales de los 80, se vino y alucinó. La larga ascensión hasta el Colle del Sommeiller para recoger la medalla y saludar a los que amigos era toda una experiencia. Cuantos bajos rotos veíamos en ocasiones, por no decir fibras, espejos, intermitentes, madre mía, que “rastrillo” se montaba el domingo en los Alpes… El caso es que, desde entonces, la “Estrella” es como la prima española de la “Stella" transalpina.

Marcada la fecha en el calendario desde antes de navidad, con la “condicional” en la mano, quería aprovechar bien el finde, así que, una semana antes, cambiamos filtro y bujías, preparé unas cosillas y empezamos a contar las horas que faltaban para salir. El telediario anunciaba el vendaval que asolaba España, sobre todo la zona norte pero no veíamos motivos suficientes para cancelar los planes. Eso pasa cuando tienes muchas ganas de rodar...

Junto a Julito y su Ninja, mi padre y su inmortal GPZ (y tres nuevos conocidos con sus respectivas BMWs 650) partimos el sábado dirección Utiel. Nada más salir el viento ya nos zurró de lo lindo. Cerca de Arganda se cruzaron por la pista varios matojos de esos que dan vueltas, tan típicos en las películas del oeste, ¡buen inicio!. Por lo visto, un día perfecto para hacer windsurf, mucho sol y mucho viento. Pues nada, jugamos a esquivarlos y, aunque algún trozo se quedo en los bajos de la GPZ, seguimos nuestra ruta sin incidencias. Esta vez íbamos a Manzanera por la A3, para intentar ahorrar tiempo. Mala decisión. Al final, por la ruta de siempre, por los pueblos de la serranía de Cuenca, hubiéramos disfrutado de lo lindo y no creo que hubieramos tardado tanto. El caso que miraba el reloj porque habíamos quedado con los amigos de Barna. La idea era encontrarnos con Piper y su grupo sobre las tres, para comer juntos, pero íbamos despacito y la ruta cundía poco. Durante un rato Julito y yo tiramos para no “perlar” pero casi despegamos un par de veces, el viento pegaba fuerte, bajamos otra vez el ritmo, no era día de “carreras”.

Al llegar a Utiel nos desviamos y pensé que el viento era agua pasada, qué iluso. De allí hasta Manzanera el viaje fue pelín desagradable por dos motivos: el viento, todavía más canalla y, sobre todo, porque a pesar de llevar un buen mapa Michelin, demonios, solo pasábamos por pueblos desiertos que no aparecían en el mapa. A eso de las tres de la tarde volvimos a parar en otro pueblo perdido en mitad de la nada. Pocos carteles, pocas pistas, ni un ruido… A lo lejos, veo una señora caminado con bolsas en las manos. Arranco y salgo disparado. Por fin alguien que nos indica que vamos en buena dirección. Media hora larga más tarde, sin tráfico, sin lluvia pero con ganas de llegar a nuestro destino y ver a los amigos, veo un pueblo que sí viene en mi mapa: Torrijas, ¡tela con el nombre! Pues nada, indico con la mano y seguimos la ruta algo más animados.

Al poco rato entro en Manzanera y comienzo a buscar una CBR con top-case. Enseguida la veo, junto a un bar, no hay duda: hemos llegado al punto donde esta la panda de Barna y donde comeremos (sí, sí…). Enseguida sale Piper a saludarnos, casi en manga corta, ¡qué alegría! Luego, ya dentro, saludamos a mogollón de gente maja de su panda. Su viaje también ha sido “fino”, con mucho viento, ¡vaya día más adecuado para salir con las motos! A ella el viento le hizo una mala jugada y la tiro en parado. En fin, sí, ¡parece que cada vez que quedamos tu carenado toca el suelo por algún motivo! También nos dicen que no han comido, que no hacen ni bocadillos, que el pueblo está sin luz. ¡Otra vez! exclamamos riendo (hace muchos años, por culpa de otro temporal se cayeron varios postes de la luz y cenamos con velas). Al chico del bar le digo la verdad. Algo así como “¡tronk!, por favor, haz aunque sea un bocata para mi padre si no quieres que se nos caiga redondo aqui”. La verdad que estábamos sin probar bocado desde primera hora de la mañana y su mala salud de hierro requiere ingerir algo de vez en cuando. El caso que sí, que “algo paso” que no nos explicamos ninguno, ni los madrileños ni los colegas catalanes: de repente empezaron a sacar sin parar bocadillos de tortilla, uno, otro, y otro, y otro más, qué maravilla, ¡si es que el hambre es algo terrible! Allí comimos y reímos a gusto, todos juntos, fue un gran momento. Conversamos con Eduardo y demás moteros, gente maja como Lobo y Sperman. Y también conocimos a Marta, de la organización, otra motera simpática y marchosa, ¡un beso guapa! Bonitas fotos y luego hacia el camping para ver dónde íbamos a dormir o, por lo menos, dejar los trastos. Como hemos cambiado, la última vez que estuve allí pusimos la tienda de campaña. Esta vez ni lo habíamos sopesado, ¡nos estamos aburguesando! El caso que “adquirimos”, gracias a Piper, varios bungalows, con literas y calefactor, todo un lujo. Dejamos los trastos dentro al tiempo que llegan más moteros (eso sí, en coche): Susi, el estonio Troi y Cañete. Más fotos y más cachondeo, ¡¡vaya troupe!!

Luego estuvimos un rato en la entrada, saludando a Peter y tomando varios calditos (¡gracias Marta!) mientras miraba el teléfono por si acaso acudía, al final, un amigo de Madrid, David. Poco después me llamo, estaba cerca de Teruel, medio perdido... temporalmente, así que tuvimos que “robar” un colchón para prepararle un sitio en nuestra “cueva”. Era de noche e iba solo pero David es de esos hombre-moto que todavía quedan, de los que no dudarian en cruzar un volcán si se lo pides dos veces.

Destacar que conocimos a los amigos del MOCLAVA (Motocicletas Clásicas de Valencia) y sus bellas clásicas, Paco Motos y su BMW R75, también la bella Impala2 de Alberto, moto que había subido al Tourist Trophy en el año del centenario, si no recuerdo mal. David llego al camping a esas horas, con su fazer gris, justo para disfrutar de la cena de leones que nos metimos entre pecho y espalda. Luego al pueblo a ver el desfile de antorchas y tomar alguna copa. Descubrimos la discoteca y al matao del DJ que, por lo menos al principio, debía estar “en prácticas”, como decía Eduardo con gracia. Un par de bailes y luego a un bar hasta que lo cerramos (bien pronto, por cierto, vaya chasco). Luego, otro paseito hasta el camping y de charla tonta hasta las tantas, ¡pena que se me olvidara el orujo en casa!

El domingo amaneció soleado y con poco viento. Subimos al pico con ganas, la pista estaba bastante bien, ni siquiera barro, algo de gravilla y frío a medida que subíamos a la cumbre. Creo que cogimos el camino largo porque tardamos casi tres cuartos de hora en llegar a la caseta donde nos dieron la medalla. Allí, justo allí, nos encontramos con, Juan Carlos, otro viejo conocido de este mundillo. Más fotos y saludos, quedamos en volver a vernos pronto. La bajada fue tranquila hasta que decidimos, en un cruce, volver al camping por la otra ruta. Pocos minutos después la GPZ hinca el morro en una rodada con gravilla y ella y su dueño, mi padre, caen hacia un lado. Paramos y vemos el resultado. Los intermitentes capados y algún arañazo, nada serio. Bueno, pensábamos que iba a ser la única caída de la jornada… quién nos lo iba a decir horas después. Consumimos el descenso sin más incidentes y recogimos los bultos. Las despedidas siempre son largas cuando te despides de amigos que quieres. Así fue. Nos volveríamos a ver en febrero, eso acordamos. Salimos junto a muchos más moteros dirección Teruel. En un cruce, decidimos proseguir por la vieja nacional peor Julito no se dio cuenta y tomo la autovía, como tantos otros. Así que las dos fazers y la GPZ comenzamos a hacer kms mientras, imaginábamos, Julito iba casi en paralelo por la pista. El viento era moderado y el cielo azul. Ninguno imaginamos cómo se iban a poner las cosas esa tarde, tampoco que Julito tiraría solo el resto del viaje (vaya metedura de pata, encima no nos vio en un cruce y siguió a toda hostia en solitario, pensando que ibamos delante todavía).

Terminada la generosa comida nos pusimos los monos de agua ya que el cielo estaba gris y feo. Luego, cerca de Cañete empezó a nevar. Ningún problema si no fuera porque mi visera se empaño en cuestión de segundos. Bajé el ritmo porque no veía nada. Como de costumbre, me pasaban hasta lo caracoles con bufanda. Llegando a Cuenca el tiempo se despejó un poco. Allí, por casualidad, descubrimos a los amigos de las BMWS 650, seguian "vivos" como el resto de madrileños. ¿Qué tal les iria a los amigos catalanes?, pensé.



Después de secar un poco los guantes, proseguimos juntos durante un rato. Enseguida volvió a nevar, esta vez más fuerza. Al llegar a Cuenca paramos a echar gasolina, suponiendo que lo peor había pasado. Íbamos a tomar la autovía A40, dirección Tarancón y, aunque estaba anocheciendo ya, no imaginábamos que, poco después, íbamos a caer varias motos al pisar las placas de hielo que nos aguardaban camufladas en la noche. Primero me dio un susto "guapo", baje a 80 o 90, pero a los pocos segundos las sacudidas eran ya de cine, me quede sin dirección y cai limpiamente, por el lado izquierdo… Sin saberlo, David, que iba detrás, también resbalo casi al mismo tiempo. El problema no fueron las caídas, muy limpias y a relativa baja velocidad, sin ningún tipo de secuelas físicas. El matiz desagradable del suceso fue que, cuando nos estábamos levantando, oímos el ruido inconfundible de uno o varios coches frenando a muerte. Miré y vi un par de ellos derrapando, uno dirección a mi querida fazer. Se llevo la parte trasera de la moto y no penséis que estaba en mitad de la autovía, mi moto estaba en el lado izquierdo de ese carril pero, aún así, el enlatado no tuvo voluntad o habilidad suficiente para esquivarla…

En cuestión de minutos se montó una buena melé de coches. A la fazer de David le paso algo parecido. Una furgoneta blanca se la llevo por delante. Yo estaba subido en la mediana viendo aquel show tan patético. Pocos minutos después llegó la Guardia Civil y, más tarde, las grúas. Sin embargo, los camiones de la sal llegaron "un poco tarde", cuando ya estábamos relatando lo sucedido en el furgón de Atestados…

La “cena” fue larga y desagradable. Pensaba en mi padre, ¿se habria salvado de la criba?, iba el primero y no volvimos a verle, ¿estaria bien? Pronto descubrimos que, una hora antes, Julito ¡¡también había tenido problemas en esa zona!! Afortundamante, sin consecuencias físicas pero su moto… su moto chocó contra el guardarrail y se partió, tal como suena. Dicen que los motoristas estamos divididos entre los que se la van a dar y los que ya se la han dado, Julito ya pertenece al segundo grupo. La verdad que en menos de un año ha quemado etapas a marchas forzadas, quién lo hubiera dicho hace solo unos meses, ¡vaya "pack" de asignaturas en un solo curso!

En resumen, amigos, sin darle mayor importancia, fue un triste balance final para un fin de semana marchoso y memorable. Por fortuna, mi padre fue el único que no se cayó aquella tarde-noche. No sé como lo haría, no me lo explico aunque nos alegramos, claro. Hasta cerca de ocho vehículos perdieron el control en aquel maldito tramo de la A40 pero el seguía esperándonos en el pueblo de Paredes, muchos kms más adelante, qué figura. El balance de las tres motos accidentadas es bastante negativo pero volveremos. Y también a Manzanera, por supuesto. Como dijo David, allí, en Cuenca, en el taller de las grúas, “son gajes del oficio”… Pues sí, mejor resumen imposible, no me sorprendio que lo dijera él, total, qué puedes esperar de un tío cuyo primer apellido es… ¡“Motos”!




GRACIAS A TODOS LOS QUE ME AYUDARON POR EL CAMINO...