El día que Roskachapa y Dani se encontraron (primera parte)

Esta aventura sucedió en cierta etapa de nuestras vidas... aunque no de manera completa. Fuimos testigos de manera improvisada y por partes. O quizá no, tal vez solo sea fruto de mi imaginación. Si es así, llamaré pronto a Spielberg... Si algo coincide con la realidad tocará cambiar algún dato, varias coladitas y seguramente los nombres para despistar al enemigo, lo típico.
Resulta que, hace unos cuantos años, la panda sureña e inefable de los “moscones” salieron, una vez más, a destripar sus tetracilindricos en línea por la zona de (en principio) La Alcarria. Se abría digamos la “temporada” y las ganas se palpaban en el ambiente. Por cierto, era un domingo soleado de marzo, demasiado teniendo en cuenta el mes. Los fríos invernales parecían vencidos y gastados por una tregua antinatural que azotaba, desde el sur, una mitad de la Península. Entre los “moscones” iban tres personajes que algún día, tal vez, pasaran a formar parte de las leyendas urbanas de la España profunda (a falta de ser protagonistas de algún cómic tipo JoeBar, claro). Para empezar, Simón, el poli motero (todo un seguro salir con él en ciertas situaciones), su ultima borrachera la vomito sobre un detenido que había meado en el coche patrulla de un compañero (por eso le persiguieron) pero ya se encontraba mucho mejor, decía. Desde entonces jamás bebía por el día, todo un referente a sus casi 50 tacos. Su “vieja” 954 aullaba como un lobo encabronado; no es que no llevara dbkiller, es que parecía que iba sin cola y casi sin colectores. Luego estaba el Tábano, irónico y veterano filósofo, todo corazón; gracias a él casi nunca se perdían del todo ni los terminaban de hostiar en algún antro con luces de neón. Su SBK, a diferencia de él, relucía por todas partes. De hecho, parecía que la cogía poco pero era falso, ultimamente rodaba por la noche dando vueltas por el circulo inacabo de la M50 probando su nueva centralita, comparándola con su bólido germano o chequeando su línea completa Yoshimura. También estaba presente, obviamente, nuestro protagonista, Roskachapa, que venia con su flamante y poderosa BlackBird 1100 de carburadores, full power, sin capar. Andaba tanto con ella que, desde Madrid, nunca llegaba al circuito de Albacete en menos de cuatro o cinco horas (¡!). Directamente llegaban hasta Murcia y daban la vuelta al otear el mar u oler la sal marina. No exagero. Consecuencia: siempre llegaban tarde a las tandas o a las carreras. (Pensaron en computar esas tandas por otras en la pista de Cartagena en las mismas fechas pero nunca les dejaron) A la vueltecilla dominguera se apuntaron dos tíos más jóvenes que no sabían muy bien dónde se estaban metiendo pero que también tenían su propia historia. Uno, el típico vacilón de circuito que luego va descuadrado por carretera, se había apostado con uno de ellos, en cierto bar, semanas antes, que cualquier domingo les mojaría la oreja con su moto de calle (una Monster gorda alicatada hasta el infinito, como se nota donde hay pasta..) El y su amigo eran diez años más jóvenes y de coco andaban un poquito justos pero tenían muy buenas manos, vamos, que por lo que se apreciaba, el coctel final prometía ser interesante ya que la zona elegida para ese domingo era revirada en muchos tramos e incluía, incluso, carreteras comarcales. Los veteranos le buscaron las cosquillas pero esperaban que tuvieran un poquito de honor y vergüenza torera llegado el caso, ya sabéis, al margen de típico “por mis cojones este no me adelanta” debería imperar cierto ambiente sano entre locos del mismo sanatorio.
También venia Rosa-T, una simpática y veloz amazona toledana, amiga del poli, que, años atrás, había encandilado a los jerifaltes de cierto foro para ir progresando y cumpliendo sus hermosos sueños (¡chica lista!). Ahora era jefa de un taller en su pueblo manchego y rodaba a menudo rápida; hoy tocaba con nosotros, guay. Su montura, la más bella, era una Triumph blanca tuneada hasta el infinito; sin duda la moto que mejor sonaba de todas. La llevaba con el estilazo y la finura propia de casi todas las mujeres que van fuerte en moto. Por último, para rematar, se apuntó a última hora un educado gentleman de Alcorcón con su RS 250 réplica Harada. Por el número de rozones y demás detalles de la pobre Aprilia aquella incorporación no auguraba nada bueno... pero nos equivocábamos, ¡fue genial! Había corrido varias carreras del Trofeo RACE ¿os acordáis? y tenia muchas batallitas que contar. El problema era que parecía mudo. Daba igual, su moto estaba allí: su chasis de carreras, sus 72 CVs y sus solo 140 kilos de peso prometían el delirio.
Pues nada, después de un generoso primer desayuno, las motos tomaron rumbo a Sacedón con un ritmo alegre pero sensato y ordenado. Al pasar por Tendilla se pararon en una vieja taberna agro muy recomendable done volvieron a desayunar de todo menos leche o café. El peligroso de la naked empezó a malgastar saliva y a quedarse sin paciencia. Increpó un poco a los talluditos líderes del grupo y sentenció con mala sangre que no “había salido con el Imserso para desayunar cada 100 kilómetros”. Razón al "Rossi" no le faltaba pero cometió el error de decirlo con un tono nada amigable. El Tábano le miró con lástima, los demás con cierta mala hostia. También añadió que “empezaba a aburrirse...”... Nadie mencionó la vieja apuesta que había hecho semanas antes… pero flotaba en el ambiente, sin duda. El único que se mosqueo fue el caballero del Dainese planchado, el orgulloso dueño de la Aprilia RS. No hablaba mucho pero para él cualquier salida motera era una especie de Gran Premio anónimo (normal, con esa moto no podía ser un habitual de los “BMW Riders-moñas-show” precisamente). La única fémina del grupo miro a todos, calculando y analizando sus comportamientos, sabia quién iba de legal y quién no pero, a veces, las apariencias engañan… con el de la Aprilia se equivocó, por ejemplo. Antes de pagar en la barra, Roskachapa y el Tábano explicaron por segunda vez al tarao de la Monster trucada que aquella salida no era una salidita dominguera, que era otro de sus “Grandes Premios Cifuentes” y que tuviera más paciencia para solucionar la vieja apuesta. No debía enfadarse tan pronto, tenía que reinar el buen ambiente y la sana “competitividad”. Simón, el poli, pensó en sus vómitos y eligió mentalmente quién seria su próxima victima aquel domingo si le entraban ganas. Por cierto, tuvimos que enrollar con cinta americana a uno de los veteranos allí mismo: la cremallera no aguanto el Racing Breakfast, en fin, pobre mono... o funda. Personalmente me entretuve leyendo y respondiendo varios mensajes cortos. Desde Madrid salían otros amigos, quizá nos alcanzasen a tiempo, genial.
Arrancamos con ganas. El sol ya pegaba lo suficiente y las Coca-Cola bullían en las venas. Los siguientes veinte minutos fueron toda una sinfonía de hachazos continuos. Eso sí, de dos tipos: los limpios y los menos limpios. Roskachapa los dejaba tirar y en las primeras curvas rápidas, pasado Sacedón, se los merendaba, luego en la recta volvía a aflojar un poco, lo justo para que las nakeds ligaran con la zona roja del tacómetro mientras las 1000 bajaban una marcha para acelerar luego como cabrones y dejarlos clavados en la miseria… El Tábano y el poli se lo estaban pasando en grande sacando las piernas para estorbar (sí, no fue invento de los pilotos de MotoGP, ja,ja). Al llegar a una nueva zona de curvas dejaron el protagonismo otra vez a las dos naked y al Roskachapa que, de repente, volvió a frenar para que los nakeros pudieran rebasarle rápida e involuntariamente. Los dos se miraron y decidieron por otra táctica: la de ralentizar el paso (como hacen los pilotos en algunos GP), el problema es que ante esa vieja táctica El Tábano y Rosa llegaban hasta ellos y, el primero, pulsó el botón de pare del más gallito... ¡¡qué risas!! Imagináos, yo iba detrás, y veo como un tio casi hace pleno y se zambulle en el embalse de Entrepeñas mientras mueve la cabeza cabreado como un mono en un funeral. El más soso se quedó mirando y se hizo una especie de recto, jamás volvimos a verle, una pena, pero tenia sus ventajas: hacia unas posturitas tremendas pero a mi me daba coraje y me cansaba solo de verle… El vacilón tandero se recupero enseguida (no era manco el amigo) pero se le nublo el poco raciocinio que pudiera quedarle en la cabeza. Adelantó de mala manera al caballero de la Aprilia 2T, a nuestra chica y al pobre Simón que se preguntaba, levantándose la visera a 230, si sus escupitajos podrían alcanzar a su victima o a algún inocente que rodase detrás…
Cinco minutos después, en el primer stop que alcanzaron, “Harada”, el de la Aprilia, se puso a la altura del killer de la bonita Ducati, cogió la llave de la moto y se la tiró por la cuneta mientras con la otra mano se subía la visera para decirle gritando: “A ver si ahora te aburres, capullo”. Fue un golpe bajo pero gracioso. Todos se rieron de lo lindo, sobre todo Rosa, que cada minuto se alegraba más de volver a salir con estos maniacos cariñosos. Luego enhebraron a saco y comenzaron a tranquilizarse con bonitas pasadas inocentes. Pero el show no había terminado. Pasado Durón, otros dos grandes moteros, Bull y Tinin, vieron una BlackBird en solitario, la de Roskachapa, alegre, superando ampliamente los 200 y decidieron apretarle un poquito… “a ver qué pasaba”. Los chicos Yamaha eran mucho más jóvenes y andaban de vicio pero ni siquiera ellos se creían lo que estaban viendo. ¿Cómo era posible que dos R1 del 2004 no pudieran con aquel jodido barco? Pues así era amigos. Y encima el piloto de BlackBird apenas se descolgaba (esa etapa ya pasó, como en otros casos, la barriguita chocaba con el deposito en ocasiones). No hubo tregua ni cuartel, tampoco tomarían prisioneros, “Incendio total” solía definir Bull a estas escaramuzas adrenalinitas, ¡no le faltaba razón! Fueron unos minutos intensos y muy racing. Pin-pan, pin-pan, coño, a 290 y nadie cortaba, si llegan a cazarlos no sabremos dónde habrían ido a parar… (una vez, años antes, bajó a tierra un helicóptero de la DGT pero en aquella época solo era multa de 50000 pts, no existían los puntos).
Al llegar a Cifuentes cesaron de atronar y quemar gomas, pararon y se presentaron, felicitándose mutuamente por el arte desplegado en aquellos sesenta intensos kilómetros. Ninguno llevaba conectado el cable de la luz de freno, claro, por lo que la sensación, desde atrás, es que ninguno frenaba nunca ja,ja... Poco después llegaría el grupo inicial, salvo el tarao de la Ducati, hundido en la depre más absoluta y perdido por aquellos mundos de Dios. “Harada” explico lo que había hecho con él y casi le aplaudimos. “Con suerte se habrá encontrado con un Nissan de la GC de algún pueblo perdido, ja,ja, todo por tal de alcanzarnos”. Después, conquistando la comarcal CM-2015, paramos en un pequeño pueblo, y esperamos a los dos amigos que venían de Madrid: GusiluzR6 y alguien que luego llamaríamos Jack Sparrow. Nos pillaron tomando el sol en un banco, conversando animadamente con varios autóctonos del pueblo. Obviamente, estos señores saben siempre en qué zonas de la plaza del pueblo se toma mejor el timido sol de invierno. Apenas tuvimos que esperar media hora.
La bella Alcarria quedó muy atrás, también Beteta, su hoz y sus preciosos buitres. En fin, no daré más detalles racing, que si no me eternizo. Ya cerca del límite entre la provincia de Teruel y Tarragona decidimos parar y buscar un buen asador donde comer. Casi era la hora del Telediario y algunos no podían esperar más para satisfacer las exigencias del estómago. Lo encontramos rápido, ni gps ni leches, preguntando a un abuelillo que nos indicó el más cutre y cañero, el de los camioneros, gran elección, la mejor. Al vernos entrar el dueño del bar se frotaba las manos, vaya “manada de neandertales” debió pensar. Nada más sentarnos, Roskachapa pidió su tercer 103 de la jornada para alegrar los aperitivos que se habían esforzado en sacarnos con celeridad para que no nos fuéramos a la competencia.
El camarero no le entendió del todo y dijo:
- ¿Cómo? ¿un 103 con Coca-Cola?
- Sí, un 103……. pero con Coca-Cola Light, y poquita, que si no me sienta mal y no duermo.
Algunos se rieron (los nuevos) pero así era siempre, una y otra vez. En esta ocasión el pobre camarero tuvo la osadía de equivocarse de Coca y echarle en el 103 una normal sin cafeína... joder, fue probarla y se armo el lío (no la de Dios, eso solo se armaría al segundo error). Se lo cambiaron con mala cara mientras nos empezábamos a quejar del tamaño de los choricitos fritos y del aspecto de las jodidas judías. La cosa empezaba mal.
Como os podéis imaginar la comida fue alegre y desenfadada. Casi acabamos con la fauna de la zona y con alguna de sus bodegas. Los “moscones” contaron algunas de sus más viejas aventuras, destacando, como siempre, la historia de “Burgos-Palencia”, aquella que sucedió cuando, buscando el parking del hotel de Burgos, de noche, con las parientas esperando en el hall, llegaron hasta casi Palencia, parando por el camino en casi todas las luces de neón que encontraban, para preguntar la dirección... A la vuelta, de madrugada, explicaron la verdad pero dió igual, años después estaban divorciados, claro. También hizo estragos la historia de “¡me han robado los espejos de mi VFR!” que consiste en que sales tan ciego de la disco que te montas en tu Honda y empiezas a gritar como un poseso “que me han robado, que me han robado los espejos, cabronesss, pueblo de hijo putas, cabronesss”, mientras los mozos del pueblo empiezan a acercarse y hasta el gorila de la disco se empieza a mosquear pero antes de zumbarte tienes la suerte que un amigo se interponga y te indique varias veces que… te has subido al revés en tu moto.
Gusiluz, siempre tan jovial y bromista, dió la nota, una vez más, cuando accedió a ponerse el casco y el mantel como capa para escenificar el vuelo de una superheroina. Empezó a correr por el bar con elegancia. A mi me recordaba a Batman pero con tetas. Qué chica más genial, ¡qué humor! A uno de la barra se le cayó el palillo de los labios. ¿Quiénes eran estos taraos?, supongo que pensó.


Pues estaban así de felices los miembros de esta gran hermandad cuando llego una moto más a la acera del asador. Era una Fireblade pintada con los colores de Repsol. Parecía que su piloto era un niño (¿tal vez se la había robado a su padre, que era del pueblo?). Entró acompañado de una bella ragazza que todavía no se había quitado el casco. El caso que estábamos en los postres ya por segunda vez cuando el “niño” se acercó a la barra para pedir un Trina de naranja al tiempo que dejaba con esmero su precioso Arai en una silla. Nos miró como quién mira a los monos de un zoo. Supongo que nuestras voces se oían desde Venus, no lo sé. Rápidamente giró la cara, asustado, y se quedó mirando la máquina del café. Joder, la había cagado pero bien, más le hubiera valido entrar en otro local. No hay nada como la curiosidad humana, ja,ja. A nosotros nos dió un pequeño flato o, incluso quizá, un pequeño ataque cardiaco colectivo al reconocerle, ¡¡era nuestro querido Dani, el tricampeón del mundo!! Conste que le queremos y le admiramos con locura, que casi nos levantamos para pedirle un autógrafo, para rendirle homenaje y para alabarle por todas sus grandes hazañas deportivas. Pero nada de eso sucedió en un primer momento, queriamos respetar su vida civil... Le pusieron su Trina y, entre dudas y miedos, no pudo reprimirse y volvió a mirarnos. ¡Ahora sí que la había cagado! Dos de los del “imserso” se levantaron y con una sonrisa que daba miedo le invitaron a acercarse a la mesa. Fueron tan convincentes que el gran piloto no pude escapar de la trampa. Le acomodaron una silla mientras “Harada” le acercaba el Trina que había olvidado en la barra. Para más “INRI”, como si fuera una película o el guión de un sainete, antes de que pudiéramos torturarle con mil preguntas escuchamos el sonido inconfundible de un bicilindrico italiano añejo y conocido. ¡No podíamos creerlo, era el Mudo de Alcalá! ¿qué cojones hacia allí? Claro, venia de otro de “sus” pueblos, ¡¡¡de Calanda!!! Quería subir a la costa pero al ver tantas motos conocidas no pudo resistirse.
Al ver a Dani flipó un poco pero no tanto como nos había pasado a nosotros. Luisito estaba tan acostumbrado a héroes, famosos y pilotos consagrados (sus “duetos” periodísticos con Agostini ya eran famosos por aquellos años) que apenas cambiaba su genial semblante habitual. Después de unas breves palabras de cortesía y saludos en general se sentó entre nosotros y enseguida sacó uno de sus álbumes “portátiles”. Dani quedó literalmente abducido y prisionero, no había manera de escaparse. Al segundo repaso del Mudo nuestro campeón se hundía en su silla. Roskachapa se levantó y le separó del grupo con esa excusa. (Por cierto, Gusiluz por fin se quitó el casco; como estamos de la cabeza, señor). Le dió una palmada en la espalda de cortesía pero casi le desarma. Ya en la barra le invito a despejarse y tomarse un pelotazo Light. (Su acompañante había desaparecido minutos atrás y nadie más volvió a saber de ella). Obviamente, Dani rehusó. El era un deportista no un motorista borracho. Vale, era cierto pero decirlo así… La verdad que el camarero no hacia ni caso, había tanta gente… Otro de la banda, mejor no decir quién, se acercó y le dijo a Dani si quería ver como conseguian sitio en la barra de manera fulminante. Nuestro campeón no pudo más que mover la cabeza afirmativamente entre asustado y agobiado. El que aviso no tardo ni un segundo en tocarse la boca ¡y sacarse la piñata! Fue dejarla en la barra y varias personas gritaron y se alejaron. El susto fue equivalente a las risas, mientras un camarero daba media vuelta y miraba asombrado, con los ojos casi fuera de sus orbitas, la dentadura postiza al lado de la bandeja de los chopitos. (Esto no es coña. Ya había pasado varios veces. La primera sucedió, tiempo atrás, en un bar de Barajas. Normalmente, era un descojone general e inocente, a veces hasta útil). Ya pudieron pedir, teniamos al camarero para nosotros solitos. Las risas cesaron y, para cambiar un poco de aires, el Tábano se acerco y les enseño una vieja foto donde salía Roskachapa y un montón de amigos un tanto perjudicados a altas horas de la noche en la conce de Perros del Ebro (donde casi los linchan por ir con Rs, claro). Hablaron de buscar el equilibrio, de escuchar al famoso lama del Tibet pero nadie dijo gran cosa, Dani y los demás miraron la foto: en ella nadie salia normal. Roskachapa salía pegado a su vaso de tubo, con los ojos cerrados y saturando el ambiente con el amarillo chillón-putón de su camiseta rossista. También salian otros grandes amigos: nuestra Raquel, nuestro Edu Sparrow, el Perito con peluca , Firi, Lobo y los grandes Gregg y Tomás, los "Tortugas" (¡primer encuentro con ellos y ya armándola!).


Al verla, Roskachapa exclamó: "Al carajo con el lama coñooo...mi salud la tengo cogida de la mano como se puede apreciar en la afotoo....como un junco me doblo a un lado y al otro pero siempre tiesooo como se puede ver...haber cuando nos montamos otro exorcismo como este...y que venga la que vive en medio del campo, que hoy no está aqui, para que viva una juerga de las nuestras. ¡¡¡LORENZO CAMPEON!!!"
Buahhh, ya se armó el belén. Dani le miró con cara de mala leche. Hablaron del GP de Alemania de la temporada anterior y la conversación se caldeo. Llegué justo a la barra para ver lo bravo que se ponían, habían tocado en hueso. Ná, no pasaba nada grave, pero se apostaron un pequeño pique durante unos 40 kms, nada, hasta llegar al pueblecito de Arnés. Si Dani ganaba el “moscón” del 103 no volvería a hablar ni llevar camisetas de Lorenzo durante el resto de temporada. Si perdía él, aceptaba hablar de Lorenzo en alguna ocasión cuando le entrevistaran en la tele… y tomarse un 103 en la siguiente parada, en el pueblo indicado. Al oír aquello todos sonreímos con inocencia, qué bonito…… Chocaron las manos y se creó el acuerdo entre caballeros, entre dos pilotos de dos generaciones distantes. La tarde prometía…

Cuando el vicio se convierte en veneno...


Despertó pero no recordó.
Los párpados pesaban quintales pero la luz inundó su vida de nuevo mientras una danza confusa de sensaciones microscópicas conquistaba tímidamente el resto de sus sentidos. Voló fuera de su cuerpo pero aún no lo sabía, aún no recordaba. No sabía nada. Lo único que comprendía, poco a poco, es que le rodeaba un tenue verde y blanco desconocido. Era como una bruma, un decorado. ¿Estaría muerto? Solo faltaba, quizá, el oscuro barquero, el que cobra las monedas para pasarte a la otra orilla. Tardó seis minutos o seis horas en darse cuenta de donde estaba. Primero buscó su cuerpo. Seguía volando en círculos imaginados como un perro sin su hueso... pero veía cosas. Lo descubrió abajo. Su cuerpo estaba atado a una cama. Salían tubos de su cabeza y varias vías drenaban sus brazos. La visión pronto se esfumó, su vuelo finalizó, su ¿consciencia? regresaba al cuerpo físico. Solo podía escuchar un murmullo distorsionado pero en su cerebro una voz se lo dijo. Los párpados cayeron sin remedio pero la primera chispa de conocimiento llegó nítida: obviamente estaba en un hospital.

Pasaron años o siglos o tal vez solo minutos hasta que pudo centrar un poco la mirada, volvía a ser medio humano. Entro una mujer mayor por una puerta que no había visto y la cortina osciló levemente, se estaba acercando. Miro un monitor que no había descubierto antes y luego se fijó en él; dijo algo pero no supo qué. Mucho después percibió que su garganta y su lengua estaban secas. Volvían a la vida, como él y reclamaban clemencia. El dolor y el cansancio le vencían y volvió a dormir durante otro par de días con sus noches, según contaron luego.

La siguiente ocasión fue parecida pero todo sucedió más deprisa. Encontró sus brazos desde dentro, notó que su piel volvía a sentir sensaciones. Ya no volaba por la habitación, la realidad se estaba imponiendo y le anclaba a su magullado cuerpo gracias al dolor y a una incipiente desesperación. Lo peor era no saber nada. La garganta volvía a doler pero no podía parar allí, un nuevo dolor atenazaba ahora sus sentidos: su pecho no era el mismo, algo había pasado allí dentro. Quizá habia explotado como en la película de Alien. Sonrió timidamente en su imaginación. Su cabeza estaba vendada pero no llevaba casco. Volvió a sonreir hacia dentro. Semanas después conseguían levantarle y empezó su justo calvario por idiota. Durante muchas mañanas y muchas tardes estuvo a menudo solo pues, como bien sabéis todos, nada hay como tener una desgracia para quedarte más solo que un intelectual en Tele5. Como hizo Platón cuando anunció que dejaba de celebrar banquetes y fiestas, cuando dejaba de ser poeta generoso para convertirse en filósofo y hombre gris, al final solo quedaron alrededor unos pocos, los verdaderos amigos. La rehabilitación fue dura y solitaria. Los ecos de sus actos resonaba en cada rincón, tanto por la mañana como por la noche. La amargura y el dolor le condujeron a otro sendero. Con el tiempo se sintió ligeramente afortunado y comprendió que todo aquello le había hecho más sabio. Vale, jamás habia temido a la muerte pero era de imbéciles buscarla con tanto ahínco. Cada cosa tiene su momento..., “Que poco apego a la vida” como diría Santi, pues sí, así era aquel hombrecillo. No importa lo fuerte que pegues, el destino te la puede devolver doblaba. Y el asfalto siempre, siempre es más duro que tú.

Meses después, un buen amigo al verle recuperado en el patio de casa se acercó y le dió un abrazo. Le dolió tanto como le gustó, paradoja que luego celebró con un vodka con naranja y la compañía de otros vecinos. El primero que le saludó no recordaba lo de las costillas y su abrazo cariñoso casi le parte en dos. No se quejó mucho pero se le escaparon unas lágrimas por motivos antagónicos, dolor y alegría. La cojera dejó de ser visible y las manos volvieron a coger cosas. Un día de aquel verano, salió de casa incluso, con ellos, los vecinos, a por unos pollos asados. Iba sin camiseta, ya sin muletas, con las vendas y alguna escayola en el brazo. El fuego del sol también le habia hecho mella, estaba rojo como un guiri en una playa española. En resumen, parecia Hellboy, ese irónico diablo rojo de los comics, curioso diablo versión española eso sí... El pantalón corto era casi denunciable y se dejaba ver el bañador mojado debajo, todo un cuadro. Le daba igual, era feliz, por un rato fue la sensación del barrio. Las inconquistables clavículas seguían soportando toda la dignidad de un cuerpo maltrecho pero vivo. Eso ayudaba. Durante aquellas semanas, tuvo mucho tiempo para recordar y para valorar. De hecho, qué bien supo aquel día el pollo asado y las cervezas frías, ¡volvía a disfrutar de cada momento!

Y comenzó a hacer algo que llevaba años sin hacer… pensar con calma.

Fue honesto consigo mismo y valoro sus recuerdos. Primera conclusión: sí, había perdido el sentido de valorar lo humano. Se había comportado como un enfermo, como un obseso, como una máquina que amaba a otra máquina. Lejos de la bonita simbiosis del hombre-moto que había admirado de niño (aquellos pilotos con sus enormes carenados que envolvían su rueda delantera en los años 50 donde no sabías donde terminaba el hombre y comenzaba la máquina), nuestro protagonista se había convertido en un peligroso endemoniado solitario.

Casi había olvidado el sabor de un helado, de una mirada cálida, de una juerga. Casi había olvidado la satisfacción de leer un libro interesante en apenas tres días. Había desperdiciado algunas conversaciones y algunas posibles relaciones por rendir pleitesía, día tras día, a su gran pasión… no, a su reciente obsesión.

Había cruzado la frontera, esa de la que pocos vuelven... y había sobrevivido, ¿por qué? Siguió recordando su pasado: había dejado de dibujar, de regalar sonrisas sin pedir nada a cambio. Mantenía el contacto con la familia pero ahora se arrepentía de no haberles dedicado más tiempo. De no haber ido más veces al cine o de no haber vuelto al Auditorio como prometió una vez a sus padres...

Hasta las rosas que un día regaló a las mujeres que realmente le habían importado habían dejado de estar presentes en su memoria. Todo era pasto del pasado. En aquellos días de locura estaba casi vacío. No era nadie, un indígena bípedo, no solo un inadaptado (casi un piropo en estos tiempos). Todos sus sentidos estaban enfocados en la carretera y en la velocidad. Cada centímetro del cuerpo, cada célula aspiraba a más. La trampa estaba accionada, solo era cuestión de acercarse lo suficiente, hoy o mañana. Escuchaba, moviendo la cabeza afirmativa la diferencia, la gran diferencia entre pasión y obsesión… pero luego se olvidaba.

Recordaba bien los motivos: la incertidumbre de no tener demasiado claro que te encontrarás después del rasante o de aquella curva rápida, la satisfacción de rozar hasta con las orejas, la emoción de apurar hasta el infinito aquella frenada favorita, volar bajo una y otra vez adelantando a todo lo que te encontrabas, notar como se aplastaba la cubierta delantera, como se hundian las suspensiones armónicamente, rozando el límite, como derrapaba el neumático trasero siempre al borde del caos... sentir el poder, todo el poder, en tu mano derecha... sentir cada latido por encima de las 160 pulsaciones, dejar de pensar y solo rodar con la intuición.... vivir cada segundo lo que otros no viven en media vida, sí, sí, sí... Porque para ti rodar no era simplemente una cuestión de diversión, realización personal, desafío o deporte, era algo más... Los dedos acariciando la leva del freno no es más que tu hilo a la vida. A veces funciona. A veces se rompe. Correr en circuito es fácil. Sí, en ese sentido, es fácil. Correr de verdad era apostar por pistas de tres metros de ancho, una ladera a un lado y un montículo, el guardarraíl o el vacío al otro. Es saber que cualquier fallo, relativamente relevante, supone una buena hostia como poco. La adrenalina inundando tu ser, tu cabeza, tu corazón. El pulso y el potasio hacían su trabajo, ¿verdad? Era una droga. Limando tiempos y cultivando obsesiones personales, casi creyéndote un pequeño dios de la velocidad. Siempre con buenas intenciones, quién lo duda. Imbécil legendario, quién lo duda.

Cuando el vicio se convierte en veneno solo es cuestión de tiempo de que acabe contigo. No importa lo fuerte que seas. No importa tu afición, tus principios, tus ideas, tu dinero, tu talento, tu salud, tu fortaleza…, nada, todo es inútil… te atrapa y acaba contigo. Cuando se bombea algo más que pasión y concentración, antes o después, el veneno te deja frito. "Para las rectas motores, para las curvas cojones" era uno de sus lemas... sí, vale, pero hasta cierto punto le decían.

Y en sus recuerdos llegó, por fin, el momento de la inflexión: el accidente. La derrapada, el vuelo, la caída, el impacto terrible. El chasis partido como mudo testigo, en la cuneta, cerca de la cumbre de aquella montaña. Si jugáramos al juego de la sinceridad brutal (sea racional o irracional) la respuesta es casi previsible: realmente, volvería a hacerlo, sí. Dale la ocasión, dale la ocasión... si estuviera de nuevo alli volvería a hacerlo con las mismas ganas... pero con otra actitud: con un poco más de cuidado, con más talento, con más respeto hacia su moto. Caerse sirve para levantarse más sabio, sí, pero, en ocasiones, puede que no te vuelvas a levantar del suelo.

Ahora, tantos años después, sigue adorando las carreteras de montaña y las sinuosas curvas de los valles o puertos. Como dijo un amigo suyo, el caballero del pájaro negro... me gustan los circuitos, por supuesto, pero la tensión, los requisitos y la adrenalina de un buen tramo de montaña es insuperable para algunos. Los minutos que estuvo clinicamente muerto su vida estuvo en la balanza, bajo juicio, seguro. Quizá suene a bufonada pero es posible, solo digo que es posible, que muriese realmente aquel día. Como le pasó a Napoleón dentro de la Gran Pirámide o, dicho por él, a Wayne Rainey en Misano. Pero rogó al destino (Rainey lo hizo a Dios) para que le concediera una oportunidad más de ver a sus seres queridos. Y un hilo de luz, el mismo que le iba a recoger, le escupió hacia el mundo y le permitió abrir los ojos antes de desmayarse. Visitó a San Pedro pero no le dejo entrar, le echó. Tal vez por alguna razón importante se le concedía otra oportunidad. No lo sabemos todavía.


Desde aquel verano, casi un año después del accidente, nuestro protagonista cambio algunas pautas pero dejó intacta la esencia. La pasión siguió pura e incluso creció en su interior pero la puerta hacia la locura y la trampa fue tapiada con gruesos ladrillos de astucia y prioridades. Cuando has cruzado alguna dimensión te vuelves más puro, dentro de lo humano. Todo está más claro. Por eso te ríes o sufres cuando te acusan de alguna mediocridad, de alguna mentira de tebeo. Muchas cosas cambian después de esas experiencias. Ya no tienes necesidad de hacer dobles juegos, desprecias las miserias y ves cómo se complica la vida deseando cosas que no necesitamos realmente... Nuestro amigo volvió a pedir el café en los bares “caliente como las mujeres”, volvió a disfrutar de sus antiguos hobbies para rellenar su tiempo, volvió a valorar las cosas pequeñas que nunca debieron desaparecer de su vida. Luego hubo más cambios y fue feliz durante unos años haciendo una vida, digamos, “normal”. Fue un bálsamo increíble que le hizo mejor persona. No habló de su renacimiento con nadie que no lo necesitara. Volvió a rodar con asiduidad pero dejó de picarse con su sombra o de responder sí o sí a los típicos jovencillos sin miedo. Ahora podía decidir cuando y cómo. Seguía amando las mismas sensaciones pero las ganas le inundaban de otra manera: ya no era veneno lo que latía por dentro, solo vicio, puro vicio, libre y sin concesiones pero solo eso, vicio con chispas de locura. Tal vez muriese con las botas puestas algún día, por qué no, pero no buscaría a la parca día tras día, esa etapa quedaba atrás para siempre. Y escribió en su diario... "La diferencia entre el valiente y el loco es que el primero sabe cuando no merece la pena arriesgar. Para ganar una carrera primero tienes que terminarla".

No caigas en la trampa, amigo mío.
Lo de morir joven y dejar un bonito cadáver es una soberana gilipollez. Todavía quedan muchas cosas por hacer, muchas curvas y amistades que disfrutar. Para ello necesitas seguir en este mundo.

(Agradecer a Mónica su hermosa fotografía tomada en un precioso atardecer de mayo en el circuito de Albacete).

GRACIAS A TODOS LOS QUE ME AYUDARON POR EL CAMINO...